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Suárez Guerra. Incorporación de los saberes ancestrales en la educación ordinaria
todas las pre-construcciones que están inscriptas
en la realidad que se trata de analizar y en el mismo
pensamiento de los analistas”. “[porque] sin duda
no hay instrumento de ruptura más poderoso que la
reconstrucción de la génesis…” (1997).
Y, nalmente, de manera coherente, los aportes
críticos de pensadores como Enrique Dussel
(1994), Boaventura de Sousa Santos (2011), Ramón
Grosfoguel (2007; 2013), entre otros, en la línea de la
losofía de la liberación, la descolonización del saber,
el epistemicidio, respectivamente.
A partir de la revisión de los principales
antecedentes antropológicos e históricos del homo
sapiens en relación con la disposición natural de
satisfacer sus necesidades vitales por medio del trabajo
con base en un determinado modo de producción
de vida material e intelectual, se constata que no
existen fundamentos sostenibles para esencializar
y, a partir de ello, discriminar ninguna formación
social ni cultura entre “superiores” e “inferiores”;
que éstas son nada más expresiones múltiples del
diálogo complejo entre el mismo homo sapiens y
los diversos contextos ecológicos con los que se ha
encontrado y ha recreado a lo largo de la historia; que
la discriminación, invisibilización, sometimiento,
cosicación, instrumentalización y destrucción de los
modos de producción de vida material e intelectual
de las comunidades y pueblos conquistados, de
sus productos y sus mismos productores (como el
genocidio a manos de los europeos a partir de 1492) y
su correlato esencializador para justicar y legitimar
ideológicamente este estado de cosas, no es sino el
fruto de un acto de fuerza “genocida, irracional,
cruel y cínico” (Dussel, 1994), llevado a cabo incluso
con el contingente losóco y “cientíco” de las
“mentes más lúcidas” de la civilización europea
occidental y cristiana del capitalismo triunfante; y
que, nalmente, para subvertir esta situación no sólo
epistemológica sino éticamente insostenible, deben
someterse a crítica radical las matrices económicas
y políticas que sostienen este estado de cosas en el
sistema educativo, con el n de incorporar unas
miradas Otras que posibiliten un conocimiento
auténticamente verdadero y objetivo del movimiento
real y armónico de la vida entre los seres humanos y
el resto de la naturaleza.
III. DESARROLLO
La humanidad realmente existente, desde hace
+ - 200.000 años, pertenece a la especie homo
sapiens (“humano sabio”)
1
, una de las muchas
especies pertenecientes al género homo, que, como
la del homo neanderthalensis, por ejemplo, se
extinguieron, mientras la especie sapiens se posiciona
como la única superviviente sobre el planeta Tierra.
Humano -recuérdese, entonces- signica “animal
que pertenece al género homo”. (Harari, 2014).
Todos los homo sapiens (africanos, egipcios,
sumerios, griegos, mongoles, polinesios, aztecas,
mayas, incas, etc.), sin excepción, poseen las mismas
características fundamentales físico-psíquico-
intelectuales que los constituyen como tales homo
sapiens: postura erguida que libera las manos
a innitas posibilidades; cerebro más grande y
complejo que el de cualquier otro animal; oposición
del dedo pulgar con los demás de la mano, lo que
potencia sus habilidades de manipulación; capacidad
para fabricar herramientas, productos y objetos
materiales y simbólicos -como los mitos, incluso
dentro de las sociedades “civilizadas”-, y, sobre
todo, para aprender (Fromm, 1953) y organizarse
en sociedades complejas bajo constructos técnicos,
teóricos, éticos, estéticos, eróticos, etc., más allá de
las diversas peculiaridades étnico-culturales que se
conguran en los diversos contextos ecológicos a lo
largo de la historia, lo cual, a diferencia de las demás
especies vivas, se sintetiza en su capacidad racional
y consciente para crear cultura, esto es, un conjunto
aprendido de prácticas, tradiciones y modos de vida,
socialmente adquiridos, de los miembros de una
formación social, incluyendo sus modos pautados y
reiterados de actuar, sentir y pensar. (Harris (1998).
Como señala Marx:
Podemos distinguir al hombre de los
animales por la conciencia, por la religión o
por lo que se quiera. Pero el hombre mismo
se diferencia de los animales a partir del
momento en que comienza a producir
sus medios de vida, paso éste que se halla
condicionado por su organización corporal.
Al producir sus medios de vida, el hombre
produce indirectamente su propia vida
1
Cabría reexionar sobre si el “sapiens”, acuñado por Carlos Linneo en el siglo XVIII para caracterizar a nuestra especie, sería
sinónimo del “cogitans” cartesiano, el cual, además, es concebido en un sentido abarcador: “Pero entonces ¿qué soy? Una cosa
que piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es decir, una cosa que duda, que concibe, que arma, que niega, que quiere, que
no quiere, que también imagina, y que siente”; y si uno y/u otro nacerían ya “cargados” de eurocentrismo. (Descartes, s/f).